Estudiantes de Buenos Aires fue siempre, hasta con un menos, sin claridad ante un amarrete Defensores de Belgrano y sin ventajas para nadie por entrar al reducido, el empate los dejó en la misma.
Las historias a contarse tienen un objetivo marcado de manera indeleble. Nadie puede borrarlo ni malgastar el tiempo en intentar remover esa marca permanente. Uno dentro de la zona premiada, el otro afuera, sólo tenían en la cabeza alcanzar el triunfo para apegarse al grupo selecto. Sin el boleto en mano, Estudiantes de Buenos Aires supo cargar con la responsabilidad de salir a buscar el partido. Vital para no desacomodarse, arrancó furioso y, ensanchando el juego, mantuvo con firmeza la propuesta. Hizo, con inteligencia, replegar a un Defensores de Belgrano, dubitativo y nervioso, que sintió la presión de su oponente. La globa, manejada con criterio y galantes desde el mediocampo, fue patrimonio del local. De antemano había hecho todos los trámites pero, la forma menos esperada, Cristian Lillo se chocó con la inobjetable ventaja. La visita acusó recibo y el golpe dobló ese estado apático. Claro que el fútbol, tan impredecible como ciego para repartir, fue generoso con el huésped y le sirvió, tras una jugada impecable de Ceratto, a Ramiro López la igualdad. Más allá que el dueño de casa mostró astucia, planteando equilibrio y soltura, hasta que fundió bielas. La mala determinación de Mauro Vigliano que expulsó mal a Facundo Bazán, primeramente amonestado por una falta que no cometió, pudo haber cambiado el circuito de la tarde. El cambiante domino entretuvo aunque no modificó en absoluto lo visto. El correr de los minutos acentuó sacrificios en el dueño de casa. También, con un rígido e inamovible 4-4-2, el convencimiento del equipo de Norberto Salvador Daniele que el empate era un gran resultado. Firmado, sellado y certificado con antelación, ambos le sonrieron a la parda. Ninguno se quejó y, en la lucha por entrar al octogonal, defendieron un punto que algo suma.
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